domingo, 1 de diciembre de 2013

El drama de los africanos: en vez de incluirlos los empuja al trabajo en negro



Gafas de sol, gorras con visera recta, relojes y bijouterie. Todos tienen la misma mercadería. Al mismo valor. Se instalaron a lo largo y a lo ancho del país. Trabajan de sol a sol por las calles de las grandes ciudades. Subsisten. Apenas les alcanza para pagar la pensión y la comida. Viven hacinados. También discriminados. Cada vez arriban más vendedores ambulantes de Senegal, Nigeria, Sierra Leona, Ghana y Liberia.
Casi no hablan el castellano, pero sí el inglés y algunos el francés. Las que si hablan son sus miradas, demuestran melancolía. Las familias están lejos, del otro lado del Atlántico, sufriendo de lo que ellos escaparon. En África debieron soportar persecuciones políticas, religiosas y hambre, por eso huyeron de aquel torbellino social. Uno de los principales destinos elegidos fue y sigue siendo Argentina, donde encuentran la posibilidad de obtener un refugio y comida. Aunque en estas tierras vuelven a quedar en medio de disputas, la muerte no está al acecho.
Detrás del drama de la inmigración de los jóvenes africanos surgen más dudas que certezas: ¿Qué rol debe cumplir el Estado? ¿Hay alguien que les provee los productos? ¿A cambio de qué? ¿Por qué es una inmigración que no tiene mujeres ni chicos?

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