miércoles, 9 de mayo de 2012

Cada hombre tiene su precio


Por Maria Adelina Mercuri 
La celebre frase “Cada hombre tiene su precio”, atribuida a Joseph Fouché, Duque de Otranto, sin lugar a dudas ha sido la estratagema de los sucesivos Gobiernos de Blas Altieri. Con resultados positivos, ha sumado a sus filas desde hace más de veinte años, a adeptos, adictos y defensores descarados. En la causa altierista reina tanto la pobreza de espíritu como la intelectual. Sus lacayos bogan en un mar de ideología mercantilista cuya doble moral les permite navegar en aguas oscurecidas por la deshonestidad traicionando sus propias condiciones. O convicciones.

Las necesidades de los trabajadores pinamarenses en general es una realidad tan cierta como que ésta no es patrimonio del empleado municipal. Desde siempre, el cinturón se ajusta por los más débiles y la clase trabajadora es el engranaje más endeble del andamiaje económico de muchos Gobiernos. Pero quienes protagonizan el reclamo en este Pinamar de apariencia tumultuosa, aunque su esencia funcional es alterista, son los trabajadores del Municipio representados en el STMP.

El dirigente sindical de Luz y Fuerza, Agustín Tosco, mientras estaba preso en la cárcel de Santa Rosa, cuando la representación sindical era verdadera y la represión costaba la vida, escribió a sus compañeros: “Ratificamos nuestro repudio a todos los elementos participacionistas que en esta oportunidad también habrán “participado” de la represión dictatorial; a los simuladores, a los oportunistas, a los débiles de espíritu a los que se niegan así mismos, a los que se salvan pasándose en complicidad o por omisión a la vereda de enfrente. A nosotros nos condena la injusticia y la arbitrariedad. A ellos los condena la verdad del Pueblo”. Nunca más sabias las palabras emanada de un hombre cabal y leal al movimiento obrero. Conceptos que debería estudiar y aprender la pobre y desgatada dirigencia del STMP.



Como laburante de la prensa escrita digital y conocedora de la coyuntura institucional del pueblo de carente identidad, no ha de extrañarme el proceder de la cúpula sindical el lunes último en el Concejo Deliberante de Pinamar. Pero sí me superó el descaro de algunos trabajadores y hasta donde son capaces de llegar por satisfacer las ambiciones personales y sin disimulo si quiera.

Pasaremos a dar detalle de los trabajadores municipales que se desgarraban las vestiduras en pos de sus compañeros y de la comunidad a la que le deben prestar servicio:

-Nos encontramos con una desubicada Mónica Lugones que trabajó en prensa durante la campaña de Altieri en 2010, cuyos haberes en el mes de enero fueron de $ 7.600,16,  y que vociferaba en dicha reunión que “ella se iba a encargar de que los concejales aprobaran el presupuesto”.

-No faltó el silencioso socarrón de Juan Carlos De León, un gordo (no físico sino sindical), que deshonra el cargo que lleva y utiliza la auténtica necesidad de los trabajadores para aumentar las arcas municipales. El gordo sindical percibió el mes de enero $ 7.972,40.

Un Sami que desde la más absoluta ignorancia, no por ello menos corrupta, se atrevió a poner a su hija enferma y su imposibilidad económica como excusa al no poder concurrir al Hospital Garraham (al mejor estilo De Marco), cuando en plena crisis financiera cobró en el mes de enero como Agente 3 del Departamento de Servicios Urbanos Área Sur: $ 8.386,70.

El señor Siste Gerónimo Rubén (Legajo Nº 24) que también bregaba por a aprobación del presupuesto, en alianza con el concejal oficialista Hernán Muriale, cobró al mes de enero $ 9.744,09.

La más prudente pero partícipe del juego, Nora Fabiani, percibió en enero como jefa de División $ 7.616,07.

Para finalizar, tenemos al pastor Manuel Venecia que, como en todo devoto, se vislumbraba una cuota de fanatismo obsecuente y, aunque no se notó, intentó enfatizar su no afiliación al movimiento vecinal. El radio operador del Hospital, que gana $ 4.345,52, se encargó, en los días posteriores al hecho, de reafirmar la descalificación a los concejales ensañándose con Germain y presentando un escenario falaz de la actitud de él y el resto de los trabajadores.

En el recinto del Concejo Deliberante de Pinamar reinó la prepotencia, las amenazas, los insultos y la insolencia que hacían imposible un diálogo de negociación. La intención no era la de escuchar. El señor Venecia, como un mesiánico, se convirtió en el inquisidor de los ediles y en el protector de Altieri arrogándose una representatividad que no posee.

“Todo hombre tiene su precio, lo importante es saber cuál es”, sería la célebre, intrigante y tenebrosa afirmación. La frase se condice con una ciudad cuyos antecedentes fundacionales se sustentaron en la traición, la gula de poder y una práctica democrática no mucho mejor. Esta verdad socialmente aceptada, no sólo con la corrupta idea de comprar a alguien o la de realizar ofertas que no se pudieran rechazar, establece un escenario desolador. Pero así como existen los comprables o los vendibles, para equilibrio del universo coexisten los incomprables, los sin precio, los que batallan. Y, como diría el poeta, esos son los imprescindibles.  

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